domingo, 28 de marzo de 2010

Un día igual a cualquier otro. Sentada, tomando mate e intentando estudiar. Afuera, un sol que me invitaba a salir, pero tenía que estudiar. Pensando en lo injusto de la vida por tener que quedarme en casa, mi celular vibró y empezó a sonar. Seguro son las chicas invitándome a salir, pensé, pero no, eras vos. "Hola, cómo estas?” Después de meses sin saber de vos, de haber desaparecido de mi vida por completo, ahí estabas. "Bien, vos?" Cortito, concreto. "Bien por suerte. Estas ocupada? Querés que vayamos a tomar algo?" La respuesta no tardó en llegar. "No puedo, estoy con finales. A partir del lunes estoy libre." Ya mi corazón latía a mil por hora, justo cuando estaba logrando olvidarte… "Listo, el lunes te paso a buscar para ir a cenar." "Dale, te dejo que tengo que estudiar" fue mi respuesta. Obviamente, no pude concentrarme ni deja de pensar en tu reaparición.
Los días pasaron sin sobresaltos. Rendí finales, casi no tuve tiempo de hablar con mis amigos y vos, todas las noches el mismo mensaje de texto: "¿qué tal tu día?." Así llegó el lunes, y las 9 ya estaba lista, esperándote. Me mandaste un mensaje, que ya estabas afuera. Fue ahí cuando te volví a ver, y sentí que estaba en el pasado, unos tantos meses atrás. Tu sonrisa, tan especial, tu mirada que me brinda tanta calidez… En un minuto pude recordar todo aquello que me gustaba de vos, y las cosas que también detestaba, también. La charla durante el viaje se sintió como si dos amigos no se veían hace tiempo, y vos me lo confesaste.
-Lo que mas me gustaba eran nuestras conversaciones. Era imposible sentirme incómodo a tu lado.- Te mire y te sonreí, no había mucho para decir, a mi también me encantaban.
Llegamos al restaurante, chiquito pero agradable. Creo que vos sabías perfectamente que me gustaban así. Nos sentamos, pedimos y mientras comíamos, por fin hablaste.
-Te agradezco por aceptar esta cena, yo se que desaparecí, y te lastimé…-
-Sí, la verdad que sí. Me dijiste que no estabas seguro de lo nuestro, y nunca mas te ubiqué. Me costó mucho entender que ya no ibas a volver, que eras un capítulo que había que cerrar; pero no fue fácil, para nada. Los últimos meses a tu lado, Dios, qué feliz era! Sentía que todo me estaba saliendo bien, mis amigos, mi familia, la facultad, vos… Y de repente, perdí el control de todo… - Se me hizo un nudo en la garganta, no podía seguir hablando.

-Ya lo sé, y te pido perdón… Me tuviste paciencia, me comprendiste, me ayudaste. No te das una idea de lo excelente persona que sos, del amor que podes brindarle a una persona…-

-Pero no te importó mucho – Contraataqué- Cada vez que iba a aquel lugar donde empezó todo, creía verte, creía ver esa mirada que me decía que me estabas esperando, pero no, era mi idea nada mas. Vos no te imaginas…- Mi voz se quebró y quedamos en silencio. Las mujeres y nuestra costumbre de hablar de mas, de tener que largar todo, es lo que hizo que sintiera que la cena fue un error.
-Perdoname- Fue lo único que me pudiste decir. Levanté la mirada, y esos ojos, cómo me confundieron! Me mostraban sinceridad. –El sábado anterior –continuaste- me encontré con tu amiga, le pregunté por vos y me contó que estabas muy bien en la facultad, que estabas trabajando, y desde ese momento no pude dejar de pensar en vos. Creo que el ver que estábamos camino a algo serio, me dio miedo, creo que no estaba preparado, por eso preferí escapar. Pero ya no es así… - Nos interrumpieron con la cuenta, pagamos.
Ya no quería escucharte, asique me levanté y vos me seguiste. Durante el viaje de vuelta ninguno de los dos habló. Mientras, yo estaba concentrada en no largarme a llorar, tanto esfuerzo para olvidarte y ahora me decís esto…? Llegamos a casa, un beso en la mejilla y nuestras miradas se cruzaron por un instante.
En lo más profundo de mi corazón sentí que esa era la última vez que te iba a ver.
Entré y me preparé para dormir; una vez en la cama, reviví una y otra vez tus palabras, tratando de entender qué había pasado y cómo iba a seguir ahora… Ya me estaba durmiendo, cuando sonó el timbre de casa, miré la hora, las dos de la mañana. Imaginé que eran mis vecinos que estaban yendo a bailar, y se divertían tocando el timbre, asique seguí durmiendo. Pero volvió a sonar y me levanté. Prendí la luz y debajo de la puerta, había un papel.
“No entiendo cómo podes con solo una mirada devolverme la felicidad. Son tus ojos los que hoy me demostraron las ganas de amarme, de acompañarme y de enseñarme lo que es ser realmente feliz… Si vos supieras las ganas que tengo de compartir nuestras vidas! De mostrarte que podemos amarnos con pasión y de que yo, puedo llegar a ser el hombre que vos necesitas a tu lado.” Abrí la puerta, y lo único que recuerdo fueron tus palabras “Ya no quiero volver a lastimarte”, mientras pensaba que, por primera vez, mi instinto me había fallado.